Por: Lucy Originales
Duele, duele mucho. Es como una
taza de espresso. Eres un shot cargado de cafeína y has desaparecido igual,
como un sorbo que no da respuesta, sólo preguntas: ¿cuántas cargas lleva tu espresso?
Eres un sorbo que se atora en mi garganta; un sorbo que yaga. Antes de
conocerte tenía un camino menos doloroso, lleno de incertidumbre, sí, pero
tangible, el amor es todo lo contrario. Mi camino era de letras. Un camino de
concreto, metódico, de una línea, algunas curvas y topes, puntos y comas; pero
llegaste, contigo caminé por un mes a ciegas. He sido ingenua: siempre hay dos
caminos y tú fuiste la “Y” en el mío, ahora no tengo rumbo. Nada ha terminado,
pero parece también que nada continúa. Es estática a la medianoche. ¿Dónde
estás? Mentí el otro día, dije que no podría escribir porque en mi pensamiento
sólo estás tú, pero te has alejado para que te olvide, entonces, con la ausencia,
vienen a mí las palabras, aquéllas que dijiste “se las lleva el viento”.
Difiero, a las palabras no se las lleva ninguna cosa, sólo otro lector: uno que
jamás conoceré, con quien jamás platicaré, a quien jamás besaré, ni abrazaré,
mas siempre me llevará en su mente como te llevo ahora a ti. Las palabras están
conmigo: las tuyas y las mías.
Regrésame a lo que soy contigo, o
regrésame al día antes de conocerte, pues quiero saber no extrañar tu amor. Me
conformo si me regresas veinte minutos antes de nuestro encuentro, antes de
llegar al centro comercial. Si te parece más sencillo, espera a que termine mi
espresso, espera allá afuera, tómate tu tiempo, camina, da vueltas, pero no
entres, prometo que terminaré el café rápido aunque se queme mi lengua y saldré
de inmediato por la otra puerta para que, cuando tú entres a comprar el tuyo,
yo no exista en tu mirada, así jamás me harás amarte…
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