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miércoles, octubre 08, 2008

Yiri Yiri Bon

Hace más de un año me encontraba viviendo todavía en la ciudad de Guanajuato. Muchas experiencias me han quedado marcadas en las venas de mi delicioso cuerpo, más de una.
Las arrugas que cargaré en unos años, si se me permite vivir lo suficiente para tenerlas, serán evidencia de una enorme raíz que se llama Guanajuato. Lamentablemente mi bolsillo y mis contactos no fueron suficientes para poder recorrer cada uno de sus rincones.
En un intento suicida citadino empaqué mis cosas por ahí del ocho de abril de 2006, con ganas cansadas de no saber más de Torreón, Coahuila, mi casa, mi familia, la carrera que en ese momento cursaba (Ingeniería Mecánica) en el Tecnológico de la Laguna, mis amigos y por supuesto, Luis, el hombre que hasta mi partida fue mi amigo más querido y mi pareja.
Así pues, luego de varias disputas y varios cafés duales gastados con mis (hasta ahora) sólo cinco amigos que intentaban disuadirme de un escape fortuito hacia la vida, llegué a Guanajuato capital el diez de abril de 2006 con un aventón, que estoy segura, fue muy doloroso para mi madre que, en "definitiva" me dejó en la puerta de mi cuarto de pequeñísimas dimensiones un día después de mi arribo.
Poco a poco fui relacionándome en todas formas posibles con la gente de la ciudad de Guanajuato mientras buscaba trabajo aquí y allá.
Meses después me encontraba despertando a las siete de la mañana para ir a un trabajo al que entraba a las diez de la mañana, oficialmente nueve y treinta, para salir a la una y treinta de la tarde y entrar a otro a las dos treinta o tres (no recuerdo bien) y salir a las ocho y treinta de la noche.
El dinero fluía en las bolsas de mi pantalón o mi falda o mi vestido y por igual, se iba sin saber a ciencia cierta, por más cuentas que hacía, en qué.
"Si sólo me eché como cuatro chelas y dos cajetillas de cigarros..."
A decir verdad, poco ahorraba y mucho gastaba viajando a los pueblos (ciudades, perdón) aledaños, tomando café, ir al cine que casi era gratis, pagando la renta con ayuda de mis padres, o bien, pagando taxis cuando la madrugada-mañana me alcanzaba y era imposible llegar a mi trabajo temprano.
Todo lo que puedan imaginarse y lo que no, me sucedió en Guanajuato cuando tenía dinero y cuando no también y todo, absolutamente todo era compensado al llegar el fin de semana.
Viernes, sábado y parte del domingo me la pasaba en bares, una que otra cantina, en casa de un cuate, en casa de otro cuate, durmiendo con hombres y con mujeres.
Un día, en uno de esos bares de clientes en su mayoría gringos, conocí a un poeta de aquéllos que llevan sombrero, pantalón de mezclilla y saco, que camina cabizbajo, con un mundo casi inimaginable dentro de su cabeza; un corazón roto y sueños guajiros sin cesar.
Este poeta, al cual le llamaremos Uli se acercó a mí con divagaciones, cuestiones, argumentos, palabras coquetas y un aliento demasiado alcohólico. Conforme se dieron las palabrerías y los arrimones, salimos del Bar con rumbo a "un lugar donde se bebe y se baila".
"Suena bien, pero yo sólo bebo, Uli", dije de inmediato.
La invitación fue aceptada y llegamos a La Dama de las Camelias.
A la entrada de LaDamuela o La Dama, conocida así por los residentes foráneos (músicos, escritores, pendejos, calientes, borrachos, drogos, rastas, amantes del lugar o de la música o de las historias, etc.), se escuchaban ritmos que hasta ese momento, sólo había oído con poco agrado en el reproductor de música en el estéreo del carro de mi madre.
Uli y yo subimos tan certeros como la borrachera nos permitió, así como (para mí) el asombro por la confusión que tenía acerca de si había entrado a un bar o a un salón de baile ambientado en décadas mozas donde las mujeres, todas, usaban vestidos y zapatos de baile, coqueteando en las mesas con los vecinos hombres de en frente, fumando de manera muy elegante, mirando descorazonadas a las parejas acitronadas en cadencia en medio del salón, o bien, sólo admirando la maravillosa composición en la pared cubierta con pedazos de vidrio, rayónes significando un buey, zapatos colgados encima de la barra, o la placa del maestro Juan Ibáñez, que fue cliente asiduo.
Uli y yo fuimos a dar a la mesa de "los clientes", donde me encontré con personajes jamás antes vistos, entre ellos uno que se convertiría en mi maestro de baile, Ricardo y el dueño del lugar, El Chato.
Por miedo, después de aquella noche, nunca fui de nuevo a LaDamuela, hasta que mi madre, mucho tiempo después hizo una visita de revisión a su hija y sin darle permiso de pensarlo dos veces la llevé a LaDamuela, viendo por primera vez de lo que eran capaces las curvas bien formadas de mi madre en la pista. Bailó con uno y con otro y yo, siempre reservada hasta que un día, mucho después de que mi madre regresó a Torreón, Ricardo me sacó a bailar.
No puedo describir con exactitud qué sentí con el tiempo, mientras El Chato, un músico cubano y pasadas las finitas noches, Ricardo que resultó ser mi bailarín de cabecera, me enseñaban si bien no a bailar, sí a perder el miedo. Ricardo movía mis nalgas, las piernas, la cintura, mantenía firmes mis brazos y sin desesperanza, guiaba mi vista hacia la suya cada vez que mi mirada tan cuidadosa, y torpes mis pies, cometían lo que se le adjudica (tan erróneo como no poner pimienta y queso parmesano al espagueti) sólo a los hombres de "pisa callos".
Ricardo juntaba su cuerpo delgado y su elegancia pachuca a mi cuerpo, "1, 2, 3... ni cuentes", decía. Yo ni contaba, ni respiraba, y ni pude después dejar de bailar cada viernes y martes en LaDamuela hasta mi regreso a Torreón, donde la ansiedad, la tristeza, la impotencia, la cumbia, la música de banda, los corridos, el pasito duranguense y un escritorio, lograron finalmente apaciguar el culito bailarín.
Hoy, la añoranza de viejos tiempos soneros, me han llevado a navegar en busca de una de las canciones que más disfrutaba bailar con Ricardo: Yiri, yiri bon, el cual comparto ahora con ustedes.
Yiri, yiri bon fue escrita por Silvestre Méndez, un músico cubano al que se le conoce como el "Último embajador de la rumba". Silvestre Méndez falleció en 1997 en la ciudad de México.
Benny Moré, otro de los grandes de la rumba, es al que he escuchado infinitas ocasiones interpretando Yiri, Yiri Bon, con cierta modificación de la letra original.




Yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon

Yimboró, Yimboró, Yimboró
Yimboró, Yimboró, Yimboró

Me gusta muchachos la rumba
me gusta muchachos la conga
bailar al compás del tambor
tocados por manos
de negros cubanos
que hayan jurado tocar su tambor

Yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon

Yimboró, Yimboró, Yimboró
Yimboró, Yimboró, Yimboró

En Cuba se corta la caña
en Cuba se toma café
en Cuba se baila el bembé
se fuma tabaco
se toma guarapo
detrás de la comparsa
se va echando un pie

Yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon
yiri yiri bon, yiri yiri bon

Yimboró, Yimboró, Yimboró
Yimboró, Yimboró, Yimboró

Muchas veces he cantado en la regadera, o en el carro camino a unas chelas bien frías esta canción y me preguntaba qué dice. Eso ha quedado "resuelto" hasta el día de hoy.
Pongo resuelto (entre comillas) porque al leer la canción brincaron dos preguntas: ¿qué es Yimboró? y ¿qué es bembé?
Por lo que pude encontrar en internet, desafortunadamente muy poco en la Wikipedia, sólo sé que Yimboro es el Dios africano de la suerte y bembé es una fiesta que mediante la música de tambores y la danza se alaba y se invita a los Orishas a que se unan a la fiesta donde son alabados y saludados.
Hay diferentes Orishas y cada uno tiene sus diferentes ritmos y danzas.
Los Orishas son los emisarios de Olodumare, Dios omnipotente de la mitología Yoruba.
La mitología Yoruba da pie a religiones como la Santería y el Candomblé, pero dado que los nativos yoruba fueron trasladados como esclavos a países de América del Sur, la religión o mitología ha llegado a Brasil, Puerto Rico, República Dominicana y hasta los Estados Unidos de América.

Estoy segura que en este momento han olvidado cómo llegamos a este juego de palabras y viajes:
¿Yimboró, bembé, Orishas, Olodumare, Yoruba...?; ¿Torreón, Coahuila, Guanajuato, Guanajuato capital, pueblos o ciudades, Cuba, África, Brasil, Puerto Rico...? por lo que los invito a volver a escuchar Yiri yiri bon y ponerse en línea para que puedan resolver individualmente sus dudas acerca de esta canción y su letra y si no se han mareado y guacareado con información que "y a mí pa'qué me sirve saber todo eso" echar una buena leída a la mitología Yoruba.

Saludos y una vez más: "a comer, beber y coger, que el mundo se va a encoger"