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viernes, septiembre 07, 2007

Un domingo

Por Lucy Originales

Caminando a mi casa dije: “aquí no ha pasado nada, cierro los ojos y listo, de nuevo, la amistad”
Había despertado, supe que mi boca cometió un pecado, lo decía el sabor, la deshidratación como de haber corrido kilómetros. Moví la lengua dentro de la boca, mojé mis labios y no reconocí el sabor. Quité el exceso de saliva en las esquinas con el pulgar y el dedo índice. Mi mano tenía un extraño olor: como a mí, pero no a mí.
Algo no andaba bien, lo sabía por la placa de maquillaje que olvidé quitarme, lo supe porque no amanecí en mi cama como cualquier domingo: despertando con pijama y mi cara limpia salvo algunos amigos verdes perdidos en los ojos, cabello con olor a bebé y mi cara de niña linda. Claro, el mundo no es color rosa.
Ese domingo fue un domingo de despertar en otra cama, apiadándose de mí la luna y el cielo, con alguien a mi lado y la cruda moral en mi cabeza, culpándome el descanso entre unos senos.
Algo andaba definitivamente mal, ni siquiera tenía mi almohada azul de zapatitos. Sí, cualquiera que haya sido el asunto, no estuvo bien, sin embargo sé que no pude dejar de pasar mis manos por esos senos hermosos, carnosos, redondos, blancos, Se sentían tan bien, imaginaba que en la madrugada los había hecho sentir por primera vez, senos. Sabía que por primera vez había hecho sentir a aquella mujer, mujer; sus pezones inquietos descansando en el tronco lo confirmaron. Me trepé en su cuerpo todavía entre sueños, agarré sus mejillas, tomé su barbilla con una mano y la obligué a besarme, qué difícil fue hacerla ceder a mis labios, la observé cerrar los ojos, le metí la lengua, mordí sus labios, estaba inmóvil, así la quería, nerviosa mientras pasaba mis uñas por un costado de su cuerpo, pecho con pecho, pude sentir cómo se elevaban los pezones, les di la lengua, mordí el perímetro del círculo, mi mano seguía bajando, ella abrió sus piernas, mi boca seguía bajando.
Eran las diez y treinta de la mañana, cuando sus labios estaban húmedos y calientes y yo estaba adentro, abrí sus labios bajo el ombligo con dos dedos, observé el cuarteto, dejé un quinto pasar entre ellos, su sabor y su aroma eran exquisitos, metí mi lengua por completo, chorreaba, tomé agua como un perro, seguía su jugo pasando por mi garganta.
Abrí más, resbalaba, quiso tocarme, acarició mi cabeza y me detuve molesta. Es sólo un sentimiento, es sólo una danza, pero no amor; le tomé los brazos con mis manos, los puse bajo sus nalgas, seguí con mi trabajo. Yo estaba escurriendo y entre más jugaba con el clítoris, más me deseaba yo misma ser penetrada por algún cabrón con la verga bien parada, me puse de rodillas sin dejar de comérmela, me abrí cuanto pude y me rocé con las sábanas de su cama. Agua, agua salía, escurría por sus labios como cascada, yo no podía tragármelo todo: había adentro, en su clítoris, entre la ingle, era hermosa la vista, brillosa; sequé cuanto pude con la lengua de abajo hacia arriba y ella temblaba, llegaba el fin, no me contuve, le metí los dedos, movió su cadera, liberó sus manos, quería quitarme, me levanté, tomé sus brazos con mi mano izquierda, le abrí las piernas con mis piernas, mis pechos se columpiaban cerca de su boca, ¡la muy maldita quería morderlos! La sujeté más fuerte de sus extremidades, le metí cuatro dedos, comprimía, la volví a abrir, estaba gozando, gemía, entre sollozos escuchaba No más. Seguí y seguí moviendo los cuatro dedos, estaba completamente cerrada, gemía. -¡Ya, ya!-, decía. Yo disfrutaba ver esa expresión en su cara, me acerqué a su boca para sentir su exhalación, la besé.
-¿Ya?-, le mordí los labios –contéstame, ¿ya?-
-Sí, ya-
-Entonces, dámelo, quiero sentirlo-
-No puedo-
-¿No puedes?-
Me metí, la sobé, la chupé, me suplicaba detenerme, temblaba, se movía.
-¡Dámelo!-, le grité.
Sola abrió, hubo un instante en el que no hizo algún movimiento, seguí con mi lengua, luego no la toqué más, levantó sus piernas doblándolas, mi boca estaba ahí, lista para recibirla, se cerró, su clítoris quedó guardado, bajé para entrar, por fin se abrió y lo dejó salir. Ahí debía actuar con mis manos, le sostuve los labios, manejando mi lengua y bebiendo. Gemía con rapidez, se estremeció, suspiró, pausó su respiración, bajaban sus piernas lento, yo iba a su ritmo; sus manos tomaron los muslos y les ayudó a llegar al colchón. Dio un suspiro final, pasé mi lengua una última vez de abajo hacia arriba, todo estaba clausurado, me levanté, recargándome en sus piernas, besé nuestro sexo, me quedé de pie, viéndola.
Sonrió acostada y golpeaba la almohada a un lado de ella.
-Ya sabes que no uso almohada-, la brinqué.
-Sí, ya sé, pero… ven… abrázame- dijo con los ojos entrecerrados.
Le sonreí, caminé a un lado de la cama.
-Ya me tengo que ir, me voy a bañar-
Cerró y abrió sus ojos y la boca, suspiró.
-¿Te acompaño?-, me gritó desde la cama.
-No mi reina, ya sabes que el baño es un ritual personal- abrí la llave de la ducha.
Yo sabía que algo había pasado la noche anterior, pero no estaba segura, así que lo mejor era comprobarlo volviéndolo a hacer o haciéndolo por primera vez.
Al salir de la regadera las cosas eran sencillas: “aquí no ha pasado nada, cierro los ojos y listo, de nuevo, la amistad”
-Ya me voy niña, te veo luego- Se cierra la puerta y camino a mi casa para continuar con un domingo cualquiera.