Creative Commons

miércoles, mayo 31, 2006

Desde Gto.

El archivo está a seguro bien puesto, inconsciente; marchan diecinueve con la cabeza al frente a la mudanza, cuidadosos en el camino de ojos pequeños. Nada como el acumulado ejército de los diecinueve; cuando las noches no les pesaban; cuando había carne de sobra; cuando peleaban buscar la normalidad de la sociedad moralista; cuando la cafeína era suficiente y, maravillados se sentían, de los placeres entregados por la vida. Aquéllos, se volvieron un tatuaje de novedades y ridículos literarios en boca de nadie; sus glúteos, caían en cualquier asiento hasta encontrar la marca del treinta y nueve que dejó un sabor mañanero: bacterias alcoholizadas.
Después, en el día que llegó un extraño y se hicieron veinte, aprendieron a protegerse la espalda en días de lluvia; a darse calor entre ellos mismos; a lavarse los dientes; aclararon la realidad y ahí fue, cuando –a pesar de seguir cagando las mismas chingaderas- encontraron flexibilidad y dialogaron con el papel para ensangrentar los renglones. Pronto, el veintiuno, huía a la precisión, salió derrotado por sus propios triunfos y están ahora, deambulando en parejas, el batallón de los veintidós, compartiendo la caricia de una botella de alcohol cubierta con una servilleta; la sombrilla postrada en el piso, dejándose al cielo, dueño de estrellas acuosas. Se cuestionan los “ayeres” y simplemente, se contestan nada, como lo hacen las señoritas de clase y reputación dudosa por las mañanas; inflan su ego y con él, una lista crece. Andan pues, así, incrementando sus huellas sobre un kilometraje finito, los años.
Hàganlo pedazos.
Saludos,
Lucy Originales