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viernes, octubre 08, 2010

Noches paganas

Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando tocaron a la puerta. Estaba acostumbrado a esas llamadas de madrugada, así es la gente: va y viene, y una visita inesperada siempre se recibe con gusto, pero nunca se tiene la certeza del bagaje de la visita: cerca del fin de semana puede ser un amigo borracho que no logra llegar más allá de la puerta de mi casa; o bien, iniciando la semana puede llegar un amigo sin quehacer que intentará meterme alcohol vía intravenosa si me resisto a tomar de la boca de la botella.

Esa madrugada tocó a mi puerta una chica a la que había visto unas seis veces desde que se mudó a la capital, justo en su segundo día nos conocimos en el ensayo que tuve con la banda de jazz (de ahí mi grupo de amigos borrachos). Ella llevaba un pantalón de mezclilla y una blusa tipo polo con rayas horizontales azules y unos zapatos de piso picudos muy simpáticos color café, no recuerdo si cargaba con bolsa de mano.
Se notaba su "extranjerismo" no sólo en su tono de piel blanco tostado que, luego de unos meses en la ciudad, regresaría a su tono normal.

En esta ciudad, sobre todo en el centro, donde se reúne el turismo, la mayoría o son blancos o son negros, no hay intermedios. Mejor dicho, casi no hay intermedios que resalten. Así que, de inmediato, noté que no era ni extranjera, ni local. Era un alma perdida, con sus ojos bien abiertos, sorprendidos por los colores y la vida nocturna de "hasta que el cuerpo aguante"

- Esta es una ciudad en la que no hay tiempo, pero sobre todo, no hay pedos... casi casi, con todo y lo mochos que son aquí, bien puedes caminar en pelotas y totalmente ebria y no pasa de que te topes a otro u otra que anda en las mismas y terminen caminando juntos y después en la cama... lo más extraño es que si se vuelven a ver, será en las mismas condiciones-, le dije.

- En mi rancho, a estas horas de la madrugada no hay gente caminando en el centro- decía en nuestras caminatas de regreso a mi casa. Sobre todo, la gente no camina-, continuaba-  todos nos movemos en carro o en el transporte público, qué esperanzas poder caminar tan libres del bar a tu casa sin pedos de que te asalten o te quiera violar un pendejo.

- No-, contesté-, aquí el violado, es el pendejo que te siga.

Desde esa noche, en el bar, hubo una especie de conexión entre ella y yo, de alguna manera me recordaba a mí a su edad. Lo más extraño es que desde entonces no he cambiado. Salí de mi casa a los dieciséis años y jamás regresé. Anduve de aquí a allá tocando y me casé con una mujer con la que tuve tres hijas, luego nos divorciamos y me volví a casar nada más y nada menos que con una "gringa" y luego nos separamos sin poder firmar papeles de divorcio.

Sofía, se llama la chica con ese look  de "extranjerismo", me recordaba mucho a mí. Ella había dejado su casa (en cierta forma) desde muy joven. Entre que hacía una cosa y otra, un día, simplemente decidió abandonar su ciudad natal al norte del país.

- No es que haya dejado mucho, si no que no dejé nada, no pertenecía a nada.

Y tenía razón, pero no era la ciudad, era ella, su impaciencia, su inexperiencia, su inquietud por aquello desconocido, por la vida pagana. Sin teorías y sin fórmulas. Cuando dejas el nido sólo hay una verdad y esa es buscar sobrevivir a como de lugar, quitando piedras y barro del pavimento y viajar con lo que te vaya dando el camino y el día a día. Para qué, nunca se sabe. 

- Me sorprende que me he topado con raza súper chida: tú y todos estos weyes. No sé cómo se dan las cosas, pero es chido que se dan sin pedos- decía en cada oportunidad.

La realidad es que son muchos los que llegan cada día esta ciudad que no podríamos detenernos a cuestionar y analizar los pasos que ha dado cada uno de ellos para dejarlos entrar en nuestras vidas, simplemente no hacemos preguntas. Se desarrolla una especie de sexto sentido y nos dejamos llevar por él. Les conocemos por lo que son, con el tiempo les conocemos lo que cargan en la espalda. 

Conocer a Sofía me tomó una mirada desde el asiento donde yo estaba sentado hasta la distancia que dos asientos marcaban entre nosotros. Cada que podía le sacaba la vuelta, me hacía tonto, pero no era ella quien me ponía en tensión, era el hecho de que yo tenía novia y muy bien puedo dármelas de que conozco a las mujeres y lo que esas miradas significan.

Continuará...

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